Por Anastassia Espinel Souares*
Unos lo creen ser hijo del Erebo, el dios primordial, la
personificación de la oscuridad primitiva, y de Nix, la diosa de la noche,
quien puso un huevo, lo empolló con sus negras alas e hizo nacer a Eros. Al
romper el cascarrón, el joven dios de una vez desplegó sus alas doradas y se
remontó sobre el naciente mundo.
La autora de esta columna habla del poeta Antonio Acevedo, autor igualmente de este libro de poesía |
Otros afirman que era el fruto de
amores clandestinos de Venus y de Marte, del Amor y de la Guerra. Siendo Eros
todavía un bebé indefenso, Júpiter, el padre de los dioses, de una vez
descubrió en su fisionomía todas aquellas desgracias que iba a causar en el
futuro y le ordenó a Venus que se deshiciera de él. Para salvarlo de la cólera
del rey del Olimpo, la madre de Eros lo ocultó en los bosques donde fue amamantado
por leonas que le otorgó una fuerza extraordinaria que nadie podrá resistir.
Una vez crecido, se fabricó un arco
de la noble madera de fresno, árbol que exuda una sustancia tan dulce como la
miel y empleó el ciprés, planta simbolizada con el sufrimiento y el dolor para
hacer las flechas; precisamente por eso el amor con frecuencia resulta tan
dulce y tan amargo a la vez. Al comienzo, apuntaba sus flechas contra los
animales, los sátiros, las ninfas y otras criaturas de los bosques pero luego
comenzó a hacer estragos también entre los humanos y los mismos dioses así que
nadie en este mundo está a salvo de él.
Todo el mundo conoce su apariencia
de muchacho desnudo, pues el amor no tiene nada propio, con aire ocioso y
despreocupado pero a la vez maligno, armado con un arco y una aljaba repleta de
flechas, símbolo de su poder sobre el alma. A veces lleva en la mano una
antorcha encendida, emblema de una pasión devoradora, o una corona de rosas en
la cabeza, el símbolo de placeres deliciosos pero pasajeros; en ocasiones
también lo representan con una venda sobre los ojos ya que un enamorado no ve
los defectos en el objeto de su pasión. A veces aparece en medio de Hércules y
Mercurio, apoyándose sobre sus hombros, simbolizando que el amor debe apoyarse
en el Valor y la Elocuencia. Otras veces hace compañía a Fortuna para
recordarles a los amantes felices que siempre están sometidos a la voluntad de
la más caprichosa de las diosas y también al sombrío Tanatos, el señor de la
Muerte, pues ésta última es una compañera frecuente del Amor. Sus alas con
plumas de color azul, oro y púrpura simbolizan que no hay nada más fugaz y
momentáneo que aquella pasión que provocan sus flechas.
Le encanta saltar, dar piruetas en
el aire, juguetear y trepar los árboles más altos del bosque para ocultarse en
sus copas y tener en la mira a sus víctimas potenciales. No le da miedo montar
osos, leones, panteras y otras fieras peligrosas que caen a sus pies como
mansos corderos ya que no hay animal, por más salvaje y feroz que sea, que no
se deje aprisionar por Eros. Otras veces aparece montado en un delfín o en una
gran tortuga marina para mostrar que su poder se extiende también en el mar y
que ninguna de las criaturas marinas está fuera del alcance de sus flechas;
también abraza a un pájaro, más que todo, a un cisne pues las aves también son
sus presas habituales. Cuando aparece suspendido en el aire, con un pie
levantado y una cara pensativa, significa que está tramando alguna nueva
travesía así que sálvense quien pueda.
Antonio Acevedo Linares |
Al igual que su madre, la más bella
y seductora entre las diosas, es uno de los personajes más retratados por los
grandes artistas de todas las épocas. Unos lo imaginan como un niñito eterno,
risueño y despreocupado; otros como un joven esbelto con poderosas alas de
águila.
Todos por lo menos una vez en la
vida fuimos víctimas de sus flechazos. Unos gozamos, otros lloramos y sufrimos
pero cuando la flecha dorada de Eros se clava en el corazón de un verdadero
poeta, sucede algo extraordinario. Nacen los poemas que solemos llamar eróticos
porque realmente son inspirados por Eros y sólo sus elegidos saben con certeza
que la poesía no está aquí sino... Sólo el mismo Eros parece saberlo y también
los poetas que se dejan llevarse por sus poderosas alas.
El poeta Antonio Acevedo es, sin
duda alguna, el hombre que no tiene miedo a las alturas y distancias, dejándose
llevar por Eros a aquellos lugares maravillosos e inaccesibles para la mayoría
de simples mortales donde abren sus pétalos las flores más hermosas que guardan
entre sus estambres el néctar de la verdadera poesía. Abran este libro y
sentirán su divino sabor, se lo aseguramos.
*Anastassia Espinel Souares.
Escritora de nacionalidad Rusa e Historiadora.
Catedratica UIS, UDES y UTS.
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