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domingo, 19 de junio de 2016

Sobre las alas de Eros

Por Anastassia Espinel Souares*
Unos lo creen ser  hijo del Erebo, el dios primordial, la personificación de la oscuridad primitiva, y de Nix, la diosa de la noche, quien puso un huevo, lo empolló con sus negras alas e hizo nacer a Eros. Al romper el cascarrón, el joven dios de una vez desplegó sus alas doradas y se remontó sobre el naciente mundo.
La autora de esta columna  habla del poeta
Antonio Acevedo,  autor igualmente de
este libro de poesía
            Otros afirman que era el fruto de amores clandestinos de Venus y de Marte, del Amor y de la Guerra. Siendo Eros todavía un bebé indefenso, Júpiter, el padre de los dioses, de una vez descubrió en su fisionomía todas aquellas desgracias que iba a causar en el futuro y le ordenó a Venus que se deshiciera de él. Para salvarlo de la cólera del rey del Olimpo, la madre de Eros lo ocultó en los bosques donde fue amamantado por leonas que le otorgó una fuerza extraordinaria que nadie podrá resistir.
            Una vez crecido, se fabricó un arco de la noble madera de fresno, árbol que exuda una sustancia tan dulce como la miel y empleó el ciprés, planta simbolizada con el sufrimiento y el dolor para hacer las flechas; precisamente por eso el amor con frecuencia resulta tan dulce y tan amargo a la vez. Al comienzo, apuntaba sus flechas contra los animales, los sátiros, las ninfas y otras criaturas de los bosques pero luego comenzó a hacer estragos también entre los humanos y los mismos dioses así que nadie en este mundo está a salvo de él.
            Todo el mundo conoce su apariencia de muchacho desnudo, pues el amor no tiene nada propio, con aire ocioso y despreocupado pero a la vez maligno, armado con un arco y una aljaba repleta de flechas, símbolo de su poder sobre el alma. A veces lleva en la mano una antorcha encendida, emblema de una pasión devoradora, o una corona de rosas en la cabeza, el símbolo de placeres deliciosos pero pasajeros; en ocasiones también lo representan con una venda sobre los ojos ya que un enamorado no ve los defectos en el objeto de su pasión. A veces aparece en medio de Hércules y Mercurio, apoyándose sobre sus hombros, simbolizando que el amor debe apoyarse en el Valor y la Elocuencia. Otras veces hace compañía a Fortuna para recordarles a los amantes felices que siempre están sometidos a la voluntad de la más caprichosa de las diosas y también al sombrío Tanatos, el señor de la Muerte, pues ésta última es una compañera frecuente del Amor. Sus alas con plumas de color azul, oro y púrpura simbolizan que no hay nada más fugaz y momentáneo que aquella pasión que provocan sus flechas.
            Le encanta saltar, dar piruetas en el aire, juguetear y trepar los árboles más altos del bosque para ocultarse en sus copas y tener en la mira a sus víctimas potenciales. No le da miedo montar osos, leones, panteras y otras fieras peligrosas que caen a sus pies como mansos corderos ya que no hay animal, por más salvaje y feroz que sea, que no se deje aprisionar por Eros. Otras veces aparece montado en un delfín o en una gran tortuga marina para mostrar que su poder se extiende también en el mar y que ninguna de las criaturas marinas está fuera del alcance de sus flechas; también abraza a un pájaro, más que todo, a un cisne pues las aves también son sus presas habituales. Cuando aparece suspendido en el aire, con un pie levantado y una cara pensativa, significa que está tramando alguna nueva travesía así que sálvense quien pueda.
Antonio Acevedo Linares
            Al igual que su madre, la más bella y seductora entre las diosas, es uno de los personajes más retratados por los grandes artistas de todas las épocas. Unos lo imaginan como un niñito eterno, risueño y despreocupado; otros como un joven esbelto con poderosas alas de águila. 
            Todos por lo menos una vez en la vida fuimos víctimas de sus flechazos. Unos gozamos, otros lloramos y sufrimos pero cuando la flecha dorada de Eros se clava en el corazón de un verdadero poeta, sucede algo extraordinario. Nacen los poemas que solemos llamar eróticos porque realmente son inspirados por Eros y sólo sus elegidos saben con certeza que la poesía no está aquí sino... Sólo el mismo Eros parece saberlo y también los poetas que se dejan llevarse por sus poderosas alas.
            El poeta Antonio Acevedo es, sin duda alguna, el hombre que no tiene miedo a las alturas y distancias, dejándose llevar por Eros a aquellos lugares maravillosos e inaccesibles para la mayoría de simples mortales donde abren sus pétalos las flores más hermosas que guardan entre sus estambres el néctar de la verdadera poesía. Abran este libro y sentirán su divino sabor, se lo aseguramos.   
*Anastassia Espinel Souares. Escritora de nacionalidad Rusa e Historiadora.
Catedratica UIS, UDES y UTS.

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